Después de
los regímenes del conocimiento basados en la transmisión oral, la escritura y
la imprenta, el desarrollo digital ha propiciado una expansión sin precedentes
en las redes, en función de dos ejes: uno horizontal de aceleración de las
transmisiones, y otro vertical de densificación de las conexiones. Entramos en
una era en la que para existir, sobrevivir y no quedar al margen, es necesario
comunicar cada vez más, y sobretodo cada vez más deprisa. La interactividad es
otra característica de estos nuevos soportes del conocimiento.
La
influencia de las nuevas tecnologías en la creación del conocimiento es
considerable. En efecto, han permitido adelantos importantes en la
accesibilidad y manejo del conocimiento. Si se sabe discernir entre una mera
información bruta, un rumor o una afirmación errónea y todo aquello que puede
constituir la base de un conocimiento genuino, no cabe duda de que el internet
puede funcionar como un gigantesco vivero de ideas, independientemente de que
provengan de informaciones o conocimientos.
Por una
extraña paradoja, cuanto más dominamos los conocimientos, más ignorantes nos
volvemos. Con la aparición de nuevos soportes del conocimiento, el auge sin
límites del mundo de las máquinas parece anunciar una atrofia de las
capacidades humanas. Con la aceleración de la velocidad de tratamiento y
transmisión de la información surge un desfase cada vez mayor entre la escala
del tiempo tecnológico, sumamente rápido, y la del tiempo del pensamiento
“cerebral”, que apenas parece haber evolucionado desde hace milenios.
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